En junio hará 8 años
que terminó mi aventura en el Liceo Francés de Valladolid, y digo bien de
Valladolid porque de aquella todavía se llamaba así. Una vez aprobado el bac
tocó plantearse qué hacer, marchar a Francia o quedarme en España, y al final me
decanté por esta última opción. Pero también tenía que decidir qué carrera hacer y escogí Fisioterapia.
Estudié en
Ponferrada, una ciudad que a priori parece pequeña, pero que me sorprendió por
la vida que tiene, solo os voy a decir que a la semana de empezar allí me
llamaron para ir a estudiar a Salamanca y decidí quedarme. Fueron 3 años
inolvidables, llenos de recuerdos y de los que guardo una pequeña gran familia
de amigos. La escuela de Fisioterapia era pequeña y nos conocíamos todos,
alumnos de los tres cursos y profesores, lo cual tenía sus ventajas e
inconvenientes. Pero con lo que, sobre todo, me quedo de esos tres años, fue la
oportunidad que tuve de ir junto a un grupo de compañeros como voluntarios
a los campos de refugiados saharauis. Fuimos en las vacaciones de navidad de
tercero y fue una experiencia increíble e inolvidable que me dejaría una huella
imborrable en mi vida.
Tras acabar la
carrera, me concedieron una beca de la universidad para realizar unas prácticas
remuneradas en el Hospital Pío del Rio Hortega de Valladolid, durante los meses de
verano. Una vez terminadas las prácticas, me tomé un mesecito sabático antes de
emprender rumbo a Perú, y es que tras mi experiencia en el Sahara, me quedé con
ganas de más y me puse a buscar voluntariados. Cuál fue mi sorpresa al
encontrar un programa de becas de la Junta de Castilla y León que se llamaba
“Jóvenes solidarios”. Sin pensármelo me apunté, me hicieron una entrevista y me
concedieron una beca para ejercer de fisioterapeuta en un centro de niños
discapacitados en Perú durante los meses de octubre y noviembre.
La experiencia de
Perú superó todas mis expectativas, aprendes a plantearte la vida desde otro
punto de vista, valoras mucho más todo lo que tienes pero, sobre todo, te enseña
a que, en circunstancias durísimas, siempre hay que sacar una sonrisa y que con
muy poco se puede ser muy feliz.
Cuando volví de Perú
me tocó apuntarme al paro, pero no estuve mucho, todavía lo duro de la crisis
no había llegado.
En mi primer empleo trabajaba 5h semanales en un residencia de
curas que hay en el colegio San Agustín, aunque a los dos meses me llamo un
amigo de la carrera para ver si estaba interesado en trabajar en León y allí
que me fui. Me contrataron para cubrir una excedencia de un año en un centro de
recuperación del daño cerebral.
El trabajo de
fisioterapeuta es duro, física y mentalmente, pero a la vez muy gratificante.
Además te tienes que formar continuamente. En mi caso tengo un máster de
Osteopatía por la EOM, soy terapeuta Bobath y tengo unos cuantos cursos más por
ahí de kinesiotape, punción seca, etc.
Ahora mismo trabajo
y vivo en Oviedo, y es que tras ese año en León, mi jefa tenía otra clínica en
Oviedo y me ofreció venirme a trabajar aquí. Este mes va a hacer 3 años que estoy en Oviedo, y la verdad que en Asturias me siento como en casa. En esta
clínica también trabajo con personas que han sufrido un daño cerebral (como un
Ictus o un traumatismo craneoencefálico), personas con enfermedades
neuromusculares (como parkinson, esclerosis múltiple o ELA), personas con
lesiones medulares, etc.
Por último, y para
no aburriros más, sólo quiero decir que del liceo guardo muy buenos recuerdos y
amigos con los que a pesar de la distancia y el tiempo sigo manteniendo el
contacto y procuramos reunirnos por lo menos una vez al año.
Un abrazo,
Daniel
Muchas gracias a Daniel por contarnos su experiencia. Le deseamos que siga aprendiendo y disfrutando de su trabajo, ¡y que siga manteniendo a los amigos de infancia y juventud!
¡Saludos desde el LFCYL!